Para estas alturas, si usted ha leído con frecuencia esta columna, desde su primera aparición, o desde la llegada de los newsletters, se habrá dado cuenta de una cosa importante: ¡Tengo rato en el internet!
Mi primer blog fue en Blogspot, cuando todavía se llamaba Blogger. También soy de la generación que tuvo MySpace y odió Facebook, que de todas maneras abrí, porque mis amigos jugaban Human Pets, y esto de tener humanos mascota sonaba divertido… ¡AMIGOS, ERAN OTROS TIEMPOS, SI LO LEO AHORA SUENA TERRIBLE! Mi paranoia digital en ese momento todavía no se activaba.
Abrí Twitter (ahora X) porque me parecía gracioso que la gente subiera cosas como “Fui al baño”, como estado. O como la vez que subí palabra por palabra una canción de Daft Punk.
También estuve en Foursquare / Swarm, y por supuesto que fui reina de lugares y subía mi ubicación. Tenía las claves de Internet de todos lados, porque hubo señores un tiempo que eso de tener 3G no era el común y mucho menos barato. Además el sentido de comunidad era muy diferente al actual.
De hecho, para ser honestos, muchas de estas cuentas las abrí antes de tener un teléfono inteligente. A mí me tocó tener amigos que compraron el primer iPhone en Estados Unidos, porque en México aun no los vendían. La primera vez que vi uno fue wooow… Por cierto mi primer chunche inteligente fue un iPod Touch!, el mejor de todos.
Sin censura
Esta libertad de expresión, publicación y falta de censura de lo que había en el Internet antes, y lo que tranquilamente subíamos ha construido mi paranoia digital, y otros demonios, también digitales.
Antes subíamos las cosas porque queríamos. No teníamos ganas de ser famosos, y tener seguidores, era cosa de gracia y amistad; no nos sentíamos personalidades, y lo más importante, estas aplicaciones aunque por supuesto llevaban un conteo de lo que subíamos (por eso podíamos buscar lo que dijimos), no habían comenzado a utilizar lo que decíamos a “nuestro favor” ni en nuestra contra.
Aunque el Internet nunca ha sido precisamente – y únicamente – un lugar de paz, amor y buenas intenciones, al día de hoy es un lugar mucho más terrible de visitar de lo que solía ser hace 20 años.
Mi paranoia digital en aumento
El trabajar con y para el Internet me ha creado este pequeño recelo respecto a lo que publico en línea. Como cuando uno comienza a cuidar la apariencia y no solo eso, cuidar lo que dices para salvarte de la cultura de cancelación, pero también para no exponerte.
Antes los fraudes en línea eran algo poco frecuente, pero ahora… ¡carajo! diario recibo mensajes de “intento de entrega fallido, entra a este enlace para entregarte tu paquete”. No se diga en redes sociales, pueden robarte mínimo la cuenta de Instagram, con los numerosos inbox que envían, que pueden escalar hasta el WhatsApp, el correo, la identidad y hasta sacarle lana a tus contactos.
Los biométricos en la elecciones
Mi paranoia digital se terminó de detonar tras las elecciones de este año. Me imaginaba yo desde semanas antes, el caos que sería en línea indistinto a la publicidad excesiva de partidos políticos, la gente publicando que forman parte de la actividad. ¡Subir qué fuiste a votar! Desde personalidades, influenciados y gente normal compartiendo la tendencia del momento.
Antes de que cualquiera lo dijera –no subas un acercamiento de tu dedo –, mi paranoia digital ya estaba activa y pensé en los riesgos que conllevaba tal acción. Empezando por el hecho de publicar tu ubicación y número de casilla, que por lógica termina siendo un cuadrante de la ubicación de tu casa.
Después le siguieron con el “subir tu dedo marcado”, tan cerca y con tal resolución, que por supuesto resultó peligroso. Y claro, no pasó mucho tiempo para que comenzaran a analizar los biométricos de las personas que subieron sus datos. Eso es malas noticias por donde lo quieras ver.
La gente que sube sus hijos al internet
No solo mi paranoia digital va hacia lo que me puedan hackear o robar. También está el aprovechamiento de tus contenidos publicados en línea, por terceros llámense gente, apps, inteligencia artificial, o lo que sea. Pueden generar un problema.
Me sorprende la gente que está lucrando con sus enfermedades, sus partos y sus hijos. Entiendo la felicidad de expresar o compartir que está pasando algo bueno para nosotros, pero a veces se nos pasa la mano en no mirar y hacer una curaduría. Como cuando suben las caras de sus hijos, la escuela y nomás les falta subir los itinerarios y sus credenciales para que las puedan falsificar.
Tus datos reales, para que te ubiquen bien
A mí todavía me tocó la ola de “ponerte un seudónimo [sobre nombre o alias] para el Internet”, y ahora muchas bloggers han cambiado su nombre real, para que las ubiquen mejor. Se volvió una tendencia hace un par de años en las que todas comenzaron a cambiar sus usuarios.
Entiendo que es un problema esconderse detrás de un avatar a la hora de hacer vínculos en Internet, y que preferimos conocer a las personas reales, pero ¿qué tanto no va ser usado de nosotros en el futuro para otros fines? Ahora que se habla de que la AI podrá usar y ya usa lo que está en linea para responder dudas, y que también Facebook ha anunciado nuevas políticas para nutrir sus sistemas de inteligencia artificial.
No hablo, ni pienso únicamente, de mal uso hoy. Hoy puede ser como hace 20 años cuando compartimos todo sanamente, para convertirse en un mañana TERRORÍFICO.
Tampoco creo que sea sano (y la única solución) vivir en la paranoia digital de “no subiré nada porque me van a hackear” pero, tantita curaduría podría ser un ahorro de dolores de cabeza para tu yo del futuro. |
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